Washington, 20 de enero. “Yo, Barack Hussein Obama, solemnemente juro cumplir fielmente mis deberes como presidente de Estados Unidos”, declaró sobre la Biblia de Abraham Lincoln, y poco después del mediodía Estados Unidos tenía su presidente 44, pero más que ello, el primer afroestadunidense en llegar al máximo puesto del país.
Hoy, el presidente Barack Obama juró defender una Constitución que originalmente contaba a los negros como dos tercios de un ciudadano, y como recordó en su discurso, en un país donde hace sólo 60 años su padre no sería atendido en algunos restaurantes segregados. Lo hizo sobre las terrazas y escalinatas de un edificio construido con mano de obra de esclavos africanos. Esta noche, él y su esposa Michelle (cuyos antepasados fueron esclavos), y sus dos hijas, pernoctarán en una Casa Blanca también construida por mano de obra negra y esclava.
Unos 2 millones de personas –la multitud más grande en atestiguar una toma de posesión presidencial– gritaron y corearon su nombre. Poco antes, esa misma multitud abucheó a George W. Bush, quien poco después del mediodía ya era “ex presidente”. A las 14 horas tomaría su último vuelo en el avión presidencial, y así se esfumó el mandatario más reprobado de la historia.
La transición se dio en un instante, y ello trajo un enorme cambio en este país. Llega el primer presidente afroestadunidense de la historia; se fue tal vez el peor de la historia. Pero más allá de eso, está por verse en los hechos si esto significa más que eso.
“Este día nos reunimos porque hemos optado por la esperanza sobre el temor, la unidad de propósito sobre el conflicto y la discordancia”, declaró Obama al recordar que el país enfrenta guerras y una profunda crisis. “Nuestra economía está muy debilitada, consecuencia de la avaricia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo para tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva edad”, dijo, en varias referencias críticas, no tan sutiles, a su antecesor en la Casa Blanca.
En un discurso que aparentemente a propósito no intentó llegar a las alturas retóricas de los del pasado, tal vez para empezar desde hoy a reducir las altísimas expectativas del nuevo gobierno, Obama advirtió sobre los desafíos, pero también regresó una y otra vez a la “renovación” del país.
“Ahora, hay algunos que cuestionan la escala de nuestras ambiciones, que sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados grandes planes. Sus memorias son cortas. Se han olvidado de lo que ha logrado ya este país; lo que hombre y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se combina con el propósito común, y la necesidad a la valentía”, afirmó. Ha llegado la hora, añadió, de descartar viejos “argumentos políticos caducos” y “dogmas” inútiles.
Y con ello se anunció el fin de la fe absoluta en el libre mercado que ha imperado aquí durante los últimos ocho años, y el neoliberalismo de los últimos 25. “La pregunta ante nosotros no es si el mercado es una fuerza para el bien o el mal. Su poder para generar riqueza y ampliar la libertad no tiene par, pero esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede girar fuera de control, y que una nación no puede prosperar mucho cuando sólo favorece a los prósperos”, y agregó que no sólo es el producto bruto, sino las oportunidades lo que ofrece a todo quien desea participar.
“La pregunta que hacemos hoy no es sólo si nuestro gobierno es demasiado grande o demasiado chico, sino si funciona, si ayuda a las familias a encontrar empleos con salario decente, el cuidado que no pueden pagar, un jubilación digna”, afirmó.
También se marcó un cambio en la óptica de la política exterior, pero no en todo. Tal vez más notable fue el repudio de un aspecto particularmente vil del gobierno de Bush. “En torno a nuestra defensa común rechazamos la opción falsa entre nuestra seguridad y nuestros ideales”, dijo Obama en clara referencia a la premisa y justificación de los últimos ocho años sobre torturas y otras prácticas nocivas. Y así lo entendió el público, que lo aprobó con gritos y aplausos.
“Y todos los otros pueblos y gobiernos que nos están viendo hoy, desde las capitales más grandiosas hasta el pequeño pueblo donde nació mi padre, sepan que América es amigo de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que busque un futuro de paz y dignidad, y que estamos preparados para liderar una vez más.”
Subrayó que, a lo largo de la historia estadunidense, se entiende que “nuestro poder por sí solo no nos puede proteger ni nos da el derecho a hacer lo que nos plazca”. Habló de mayor cooperación internacional para enfrentar los grandes desafíos mundiales, pero también advirtió que “no nos disculparemos por nuestra manera de vida ni dudaremos en su defensa. Y a quienes buscan avanzar sus objetivos al inducir terror y matar inocentes les decimos ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no puede quebrantarse”. Les advirtió: “los derrotaremos”.
Habló de retomar la responsabilidad de los países ricos con los pobres del mundo, y reiteró la diversidad de este país hablando sobre las diversas razas, etnias, musulmanes y cristianos, judíos y no creyentes, y de cómo llegará la hora en que se superarán las diferencias, la historia de discriminación y odios.
Desde las terrazas del Capitolio veía un mar humano al ofrecer sus primeras palabras como presidente.
La curiosa ceremonia formal en que se proclama al país del hombre común cuna de la democracia moderna, de un gobierno por, de y para el pueblo, expresa la contradicción inevitable entre una república y un imperio. Hay odas al pueblo, al poder militar, palabras como “justicia para todos”, “libertad” y “paz”, junto con declaraciones de un comandante en jefe jurando derrotar a cualquier enemigo. Trompetas con banderas tipo películas del imperio romano o de los reinos medievales anuncian la presencia de los presidentes rodeados de enormes banderas, símbolos de supremacía y tributos a los sacrificios y honor de los militares, que chocan con el elogio a la valentía, dignidad y fortaleza de los trabajadores estadunidenses.
Música de bandas militares ofrecía el trasfondo a anuncios para presentar a las delegaciones oficiales en este acto: los integrantes de las cámaras baja y alta, los miembros de la junta de jefes militares, los integrantes de la Suprema Corte y los ex vicepresidentes. Después los ex presidentes (primero Jimmy Carter, después George Bush padre y luego Bill Clinton) y, finalmente, el hasta ese momento mandatario George W. Bush. Esto fue seguido por el juramento del vicepresidente Joe Biden y del presidente Obama.
La ceremonia fue acompañada de cortes musicales con la Reina del soul, Aretha Franklin, ofreciendo una versión algo gospel de la oda patriótica My country t’is of thee. Poco después los maestros Yo Yo Ma (cello), Itzahk Perlman (violín), Anthony McGill (clarinete) y Gabriella Montero (piano) interpretaron una composición para la ocasión. Elizabeth Alexander ofreció un poema. Todo concluyó con una oración del legendario reverendo Joseph Lowery, uno de los padres del movimiento de los derechos civiles y cofundador con el reverendo Martin Luther King de una de las primeras organizaciones de ese movimiento.
El día continuó con la comida tradicional en el Congreso y después el desfile inaugural, que se efectúa a lo largo de los dos kilómetros entre el Capitolio y la Casa Blanca. Obama y su esposa avanzaron en automóvil, y por unas tres cuadras bajaron y caminaron. Luego unos 90 contingentes de todo el país –entre ellos uno de sindicatos, varios de naciones indígenas estadunidenses (incluyendo unos de Alaska), bandas de marcha de preparatorias de varios puntos del país (entre ellas una de mariachis de Nuevo México) y, por vez primera, una banda de gays y lesbianas (unos 13 mil participantes en total)– avanzaron por la avenida Pennsylvania.
Esta noche el presidente Obama y su esposa Michelle acudieron a cada uno de los 10 bailes de gala oficiales.
Y todo el mundo festejará el primer día sin Bush, que esta tarde regresó a su rancho en Texas.
Muchos bailan por eso. Mañana se sabrá qué tipo de música nueva y qué tan nueva se escucha desde Washington.
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Hoy, el presidente Barack Obama juró defender una Constitución que originalmente contaba a los negros como dos tercios de un ciudadano, y como recordó en su discurso, en un país donde hace sólo 60 años su padre no sería atendido en algunos restaurantes segregados. Lo hizo sobre las terrazas y escalinatas de un edificio construido con mano de obra de esclavos africanos. Esta noche, él y su esposa Michelle (cuyos antepasados fueron esclavos), y sus dos hijas, pernoctarán en una Casa Blanca también construida por mano de obra negra y esclava.
Unos 2 millones de personas –la multitud más grande en atestiguar una toma de posesión presidencial– gritaron y corearon su nombre. Poco antes, esa misma multitud abucheó a George W. Bush, quien poco después del mediodía ya era “ex presidente”. A las 14 horas tomaría su último vuelo en el avión presidencial, y así se esfumó el mandatario más reprobado de la historia.
La transición se dio en un instante, y ello trajo un enorme cambio en este país. Llega el primer presidente afroestadunidense de la historia; se fue tal vez el peor de la historia. Pero más allá de eso, está por verse en los hechos si esto significa más que eso.
“Este día nos reunimos porque hemos optado por la esperanza sobre el temor, la unidad de propósito sobre el conflicto y la discordancia”, declaró Obama al recordar que el país enfrenta guerras y una profunda crisis. “Nuestra economía está muy debilitada, consecuencia de la avaricia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo para tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva edad”, dijo, en varias referencias críticas, no tan sutiles, a su antecesor en la Casa Blanca.
En un discurso que aparentemente a propósito no intentó llegar a las alturas retóricas de los del pasado, tal vez para empezar desde hoy a reducir las altísimas expectativas del nuevo gobierno, Obama advirtió sobre los desafíos, pero también regresó una y otra vez a la “renovación” del país.
“Ahora, hay algunos que cuestionan la escala de nuestras ambiciones, que sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados grandes planes. Sus memorias son cortas. Se han olvidado de lo que ha logrado ya este país; lo que hombre y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se combina con el propósito común, y la necesidad a la valentía”, afirmó. Ha llegado la hora, añadió, de descartar viejos “argumentos políticos caducos” y “dogmas” inútiles.
Y con ello se anunció el fin de la fe absoluta en el libre mercado que ha imperado aquí durante los últimos ocho años, y el neoliberalismo de los últimos 25. “La pregunta ante nosotros no es si el mercado es una fuerza para el bien o el mal. Su poder para generar riqueza y ampliar la libertad no tiene par, pero esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede girar fuera de control, y que una nación no puede prosperar mucho cuando sólo favorece a los prósperos”, y agregó que no sólo es el producto bruto, sino las oportunidades lo que ofrece a todo quien desea participar.
“La pregunta que hacemos hoy no es sólo si nuestro gobierno es demasiado grande o demasiado chico, sino si funciona, si ayuda a las familias a encontrar empleos con salario decente, el cuidado que no pueden pagar, un jubilación digna”, afirmó.
También se marcó un cambio en la óptica de la política exterior, pero no en todo. Tal vez más notable fue el repudio de un aspecto particularmente vil del gobierno de Bush. “En torno a nuestra defensa común rechazamos la opción falsa entre nuestra seguridad y nuestros ideales”, dijo Obama en clara referencia a la premisa y justificación de los últimos ocho años sobre torturas y otras prácticas nocivas. Y así lo entendió el público, que lo aprobó con gritos y aplausos.
“Y todos los otros pueblos y gobiernos que nos están viendo hoy, desde las capitales más grandiosas hasta el pequeño pueblo donde nació mi padre, sepan que América es amigo de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que busque un futuro de paz y dignidad, y que estamos preparados para liderar una vez más.”
Subrayó que, a lo largo de la historia estadunidense, se entiende que “nuestro poder por sí solo no nos puede proteger ni nos da el derecho a hacer lo que nos plazca”. Habló de mayor cooperación internacional para enfrentar los grandes desafíos mundiales, pero también advirtió que “no nos disculparemos por nuestra manera de vida ni dudaremos en su defensa. Y a quienes buscan avanzar sus objetivos al inducir terror y matar inocentes les decimos ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no puede quebrantarse”. Les advirtió: “los derrotaremos”.
Habló de retomar la responsabilidad de los países ricos con los pobres del mundo, y reiteró la diversidad de este país hablando sobre las diversas razas, etnias, musulmanes y cristianos, judíos y no creyentes, y de cómo llegará la hora en que se superarán las diferencias, la historia de discriminación y odios.
Desde las terrazas del Capitolio veía un mar humano al ofrecer sus primeras palabras como presidente.
La curiosa ceremonia formal en que se proclama al país del hombre común cuna de la democracia moderna, de un gobierno por, de y para el pueblo, expresa la contradicción inevitable entre una república y un imperio. Hay odas al pueblo, al poder militar, palabras como “justicia para todos”, “libertad” y “paz”, junto con declaraciones de un comandante en jefe jurando derrotar a cualquier enemigo. Trompetas con banderas tipo películas del imperio romano o de los reinos medievales anuncian la presencia de los presidentes rodeados de enormes banderas, símbolos de supremacía y tributos a los sacrificios y honor de los militares, que chocan con el elogio a la valentía, dignidad y fortaleza de los trabajadores estadunidenses.
Música de bandas militares ofrecía el trasfondo a anuncios para presentar a las delegaciones oficiales en este acto: los integrantes de las cámaras baja y alta, los miembros de la junta de jefes militares, los integrantes de la Suprema Corte y los ex vicepresidentes. Después los ex presidentes (primero Jimmy Carter, después George Bush padre y luego Bill Clinton) y, finalmente, el hasta ese momento mandatario George W. Bush. Esto fue seguido por el juramento del vicepresidente Joe Biden y del presidente Obama.
La ceremonia fue acompañada de cortes musicales con la Reina del soul, Aretha Franklin, ofreciendo una versión algo gospel de la oda patriótica My country t’is of thee. Poco después los maestros Yo Yo Ma (cello), Itzahk Perlman (violín), Anthony McGill (clarinete) y Gabriella Montero (piano) interpretaron una composición para la ocasión. Elizabeth Alexander ofreció un poema. Todo concluyó con una oración del legendario reverendo Joseph Lowery, uno de los padres del movimiento de los derechos civiles y cofundador con el reverendo Martin Luther King de una de las primeras organizaciones de ese movimiento.
El día continuó con la comida tradicional en el Congreso y después el desfile inaugural, que se efectúa a lo largo de los dos kilómetros entre el Capitolio y la Casa Blanca. Obama y su esposa avanzaron en automóvil, y por unas tres cuadras bajaron y caminaron. Luego unos 90 contingentes de todo el país –entre ellos uno de sindicatos, varios de naciones indígenas estadunidenses (incluyendo unos de Alaska), bandas de marcha de preparatorias de varios puntos del país (entre ellas una de mariachis de Nuevo México) y, por vez primera, una banda de gays y lesbianas (unos 13 mil participantes en total)– avanzaron por la avenida Pennsylvania.
Esta noche el presidente Obama y su esposa Michelle acudieron a cada uno de los 10 bailes de gala oficiales.
Y todo el mundo festejará el primer día sin Bush, que esta tarde regresó a su rancho en Texas.
Muchos bailan por eso. Mañana se sabrá qué tipo de música nueva y qué tan nueva se escucha desde Washington.
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